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SE LLAMA DEMOCRACIA (A propósito del 27/S)

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El artículo que sigue se publicó en su versión original en catalán en Vilaweb. Lo podéis leer aquí. He querido traducirlo al español en mi blog por si puede ser de interés.


Yo no quiero ser español. Podría dar muchas razones y explicar que la cosa no va de sentimientos o de sensaciones — “Dans la sensation on prend ce qui vient; Dans le sentiment on intervient.”, decía Artaud—; la cosa va de convicciones, de argumentos políticos, históricos y, sobre todo, culturales. Pero no es necesario que lo haga, a estas alturas esto sólo serviría para que los que no quieren ser españoles como yo se sintiesen más o menos representados por mis palabras y los que quieren continuar siéndolo pudiesen esgrimir razonamientos que rebatiesen los míos. Es la lógica del debate inteligente: tener opiniones y defenderlas con argumentos que respeten los del contrario, y viceversa. Acabo de escribir argumentos respetuosos, no rebuznos (que si Artur Mas nos ha sorbido el seso a todos los independentistas, que si están en disposición de cambiar la Constitución y hacer una España federal, los insultos generalizados, el ordeno y mando…) que demuestran la incompetencia intelectual (y, por tanto, política) de quién los profiere porque se arroga el papel del más listo de todos, del payaso cara blanca, pero a la que rascas ves que es el más tonto de los que están en la pista del circo. No, ahora ya no es necesario dar razones; estamos en una fase en la que todos nos debemos posicionar. Ahora, toca ejercer un derecho fundamental: elegir hasta dónde podamos la Cataluña que queremos.

Esta es la cuestión: se llama democracia. Yo no quiero ser nunca más español y, en paralelo, quiero un cambio rotundo en la sociedad que ha de venir; por tanto, votaré a la única opción que representa, aunque sea por aproximación, como suelen ser estas cosas, mis convicciones. Otros votarán a otra opción independentista que se adecue a sus voluntades y a sus argumentos, me refiero a la candidatura unitaria que se ha gestado en los últimos días. Y, fuera de este ámbito, habrá todos aquellos catalanes que votarán a opciones que representarán el no salir de España: unos con la voluntad de cambiar la configuración del Estado (a pesar de que no nos expliquen cómo), otros con la pretensión de mantener el estado actual de las cosas y otros más que, incluso, querrán volver a los tiempos de la Dictadura. Nada que decir, todo el mundo votará aquello que querrá.

Sin embargo, hay una cosa que me preocupa. Yo soy independentista. Pero antes que eso soy demócrata. Soy tan demócrata que, con la edad provecta que arrastro, nunca he ganado una votación ni municipal ni autonómica ni estatal, y lo he aceptado con normalidad. Siempre he estado en minoría, ¿qué le voy a hacer? Fijaos en un detalle: yo nunca he querido ser español y siempre lo he sido y, de momento, lo soy, a pesar de que me guste decir que por imperativo legal. Pero nunca he reventado nada, he entendido que la mayoría de la sociedad en la que vivo ha optado por otros caminos, ya fuesen autonomistas, españolistas, capitalistas, neocapitalistas... y que mis opciones tenían menos implantación. Nunca he ganado, por decirlo brevemente.

Ahora, sin embargo, parece que hay posibilidades de que el 27 de septiembre yo y tantos otros, perdedores habituales, damnificados de la democracia, podamos dejar de ser minoría. Hay la sensación de que se dan las condiciones para que la opción independentista (la de la CUP, la mía, y la de la lista que encabeza Romeva, no sé si saldrá alguna más) pueda ser mayoritaria en el nuevo Parlament. Y, si esto fuera así, me preocupa, me angustia que, por una vez en la vida, no me dejen ser mayoría. ¿Yo que siempre he hecho de demócrata en la pérdida, podré ser demócrata en la posible victoria?

Pero mi preocupación no viene de lo que puedan decir desde Madrid, de las apelaciones constantes a la unidad de España que tan hermanadamente realizan el PP y el PSOE; allá ellos con su defensa de la “una, grande y libre”. Lo que me preocupa es lo que ocurra en Cataluña, si gente como los Iceta, Chacón, Herrera, Camats y las tradiciones que representan aceptarán unos resultados que supongan la ruptura de España. Y, en consecuencia, si podemos estar seguros de que, desde Cataluña, defenderán sin ambages, con contundencia, unos resultados democráticos que supongan el no mantenernos españoles.

Me parece que se trata de una cuestión central. Encuentro legítimo que todas las opciones no soberanistas busquen alianzas. Es más, el propio supuesto de juntarse unos partidos con otros que habitualmente están enfrentados no deja de evidenciar que aceptan implícitamente el reto soberanista de las próximas elecciones. Pero lo que debería quedar claro es que, si pierden, dejarán las argumentaciones de astracanada, serán respetuosos con los ciudadanos que habrán votado con libertad y se convertirán en demócratas de la pérdida. Entonces sabrán, como sabemos tantos de nosotros en propia historia, que ser demócrata en la derrota, en la minoría, es lo que distingue a las democracias de verdad

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