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EL ARTE INCÓMODO. LORENZA BÖTTNER EN LA VIRREINA

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En la Virreina Centre de la Imatge de Barcelona puede verse una exposición de altísima trascendencia. O, al menos, a mí me lo parece. No porque la exposición “Lorenza Böttner. Rèquiem per la Norma” cumpla con los requisitos convencionales de la teoría de einfühlung, del disfrute catártico del arte, de la expresión de la belleza y todos tantos topicazos que se siguen transmitiendo des del triunfo de las revoluciones burguesas (y que bebían de antes, de los gustos nobiliarios) hasta nuestros días.  Tampoco diré que sea una exposición importante porque contravenga directamente esos tópicos y emblemas gastados de la interpretación del arte. Cada espectador siente empatía por lo que siente empatía, en función de su acervo individual y colectivo. En todo caso, para mí lo más relevante de esta exposición es que nos sitúa en otro estadio, en el que las obras que están allí expuestas (el arte, pues) nos confronta, no con valores antiguos de la expresión artística, sino con problemas estéticos —y, por tanto, antropológicos, sociales, evidentemente políticos— de nuestro presente. Me atrevería a decir que se trata de una exposición sublime, siempre que nos alejemos del uso adjetival de la palabra (ese sublime sobre lo “grandioso” de unas formas artísticas de clase) y nos acerquemos más a nuevas interpretaciones (nuevas en el sentido que las inventemos mientras las pensamos) de la sublimación freudiana.

La exposición consiste solamente —o nada menos que— en el rescate de un personaje incómodo en sí mismo para la sociedad del bienestar: Lorenza Böttner, una mujer nacida hombre en 1959. Una mujer nacida hombre que no solamente tuvo que enfrentarse al rechazo social de esa elección. Su vida estuvo agravada por el hecho de ser una discapacitada, a los ocho años recibió una descarga eléctrica de resultas de la cual perdió ambos brazos en la raíz de los hombros. Y a eso hay que añadir que, lejos de ocultar o disimular estos dos hechos, su mutilación física y su elección de género, las hizo transparentes mediante una tercera incomodidad para buenas parte de la sociedad: la actividad artística contestataria. Lorenza Böttner pintaba con los píes, pero no para ilustrar estampas navideñas, sino para reflejar su propia identidad o noidentidad; su propia deformidad, pero para alejarla de lo circense, de lo anómalo; su reivindicación de la alteridad.

Realizar una exposición sobre un personaje de marginalidades o, mejor, tangencialidades superpuestas como  Lorenza Böttner resulta ya una sorpresa. Creo que es meritorio un hecho anterior, el llegar a pensar la posibilidad de convertir las salas de un espacio institucional como el de la Virreina en un recordatorio crítico de la vida pública de aquel individuo/a. En ese sentido, el binomio Paul Preciado, comisario de la exposición, y Valentín Roma, director de Virreina vuelven a plantear a la cultura catalana un reto de gran calibre. Digo que vuelven porque no podemos olvidar que ellos dos fueron los damnificados principales de aquel despreciable episodio de censura y despotismo que se dio en el MACBA con motivo de la exposición “La bèstia i el sobirà”. Algún día estaría bien recordar cuántos y quienes fueron en aquellos momentos los que dieron —me apunto un tanto, sin falsas modestias: los que dimos— muestras públicas de solidaridad (no palmeos privados en la espalda) hacia ellos dos, ahora que algunos se atreven a cuestionar trayectorias intelectuales por frases aisladas.

Quiero subrayarlo. Mientras el Reina Sofía inaugura una exposición en la que se conmemora los 40 años de la constitución española. Sí, de esa constitución que sin necesidad de mencionar a los presos políticos en la España contemporánea, los catalanes de manera especial por ser representantes elegidos democráticamente y no haber cometido ningún acto violento, ha permitido y avalado todo tipo de actos que contravienen el espíritu de libertad e igualdad (no así, el de propiedad, claro, de ahí el fundamento de la tropelía). Y también mientras el MACBA inaugura una exposición blockbuster de Jaume Plena, ese artista que en la rueda de prensa tuvo la desfachatez de decir que su obra pretende mostrar belleza, ocultando que ese término continua siendo un substantivo de clase, esa belleza que solamente apela a coleccionistas adinerados y a habitantes de ciudades del primer (¡qué oxímoron!) mundo. Digo que mientras esos museos nacionales, de España y de Cataluña, programan exposiciones complacientes, serviciales con el sistema, en la Virreina encontramos un planteamiento muy distinto.

La exposición sobre Lorenza Böttner crea incomodidad. Ya sé que habrá espectadores que pueden mirar el planteamiento crítico de Lorenza (y de Preciado) con los mismos ojos con los que miran a Caravaggio, desde la abulia. O la holgazanería. Quiero decir que las obras (pinturas, fotografías, videos, documentos) de Böttner se pueden contemplar sin haber leído nada de ella y sin percibirse siquiera de lo que aquellas obras trasfieren del drama individual y de la fobia social que supone. Igual como la gran mayoría de visitantes de las obras de Caravaggio observan aquellas piezas sin preguntarse sobre la vida del individuo, que en la sociedad de hoy le llevaría a prisión; o al paredón. Pero si acudes a la exposición de la Virreina con actitud activa, como siempre debiéramos ir a los centros artísticos, a la visualidad en general, no puedes dejar de percibir esa incomodidad.

Incomodidad por el cuerpo mutilado de Lorenza Böttner; incomodidad por el reflejo transparente de esa mutilación; incomodidad por dirigir la mutilación contra la sociedad que oculta o prohíbe lo tangencial, lo que se sale de la norma. La exposición de la Virreina no está allá para el goce estético entendido en su mera consumición impresionista. Se nos propone algo de mucha mayor enjundia: entablar un diálogo con aquellas obras para reflexionar sobre los daños de la sociedad capitalista en el cuerpo que no se adapta a las convenciones, convenciones, convenciones... También la de la Barcelona olímpica en lo episódico, ¡o no!, del protagonismo de Lorenza en la construcción mariscaliana (y de todos aquellos que le daban soporte) de una mascota que reducía el drama individual y colectivo de la mutilación a un espectáculo. Uno más.

La exposición de Paul Preciado sobre Lorenza Böttner va más allá de la exposición convencional. Si estás dispuesto a trabajarla (la exposición, digo), notarás que el arte, en ocasiones, duele. Si se quiere otra cosa, ya están el Reina y el MACBA para amortizar una vez más el arte grato, indoloro e insípido. No se diera el caso que descubriéramos que, en una exposición, puedes aprender.






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